Problemática de niños y adolescentes con
autismo de alto funcionamiento en los entornos escolares
Por tanto tenemos una situación que dista mucho de ser ideal, pero a
esta compleja ecuación debemos añadirle una nueva incógnita, alumnos con TEA de
alto funcionamiento, que -aunque parezca mentira- suponen un reto educativo
importante. Estamos ante alumnos que presentan buenas capacidades a nivel
curricular y académico, pero que sin embargo acaban teniendo innumerables
problemas en el día a día. Desde todas las modalidades posibles de acoso
escolar, a problemas de adaptación al entorno, dificultades de varios niveles
en lo relativo a la interacción social, problemas relacionados con aspectos
puramente psicológicos como estados de ansiedad, baja autoestima, depresión,…,
y si a esto le sumamos que como están tan bien se baja la guardia, nos
encontramos a chicos que viven entre dos mundos, y que cuando algo sale mal es
culpa del autismo que tienen, y que cuando algo sale bien es gracias al
sistema. Y que cuando el alumno le pega a otro, es una reacción agresiva
relacionada con el propio autismo, para nada se juzga en su totalidad la
situación, sino que se culpa al niño, siempre es más fácil culpar al más débil.
Además nos encontramos con problemas derivados de los bajos recursos humanos y
técnicos en el apoyo educativo y social del alumno. Pero por si todo esto fuera
poco, la calidad de la formación del profesional no siempre es la adecuada
¿Alguien ha revisado las materias que reciben los profesionales que atienden a
estos alumnos? Alguien dijo una vez, los niños acaban aprendiendo, a pesar de
la escuela. Esto es una afirmación que puede incluso resultar malsonante para
muchos profesionales de la docencia, pero desgraciadamente, si pudiéramos o nos
dejaran medir la calidad formativa de quienes deben atender a alumnos con
autismo (sea este de alto, medio o bajo funcionamiento), posiblemente
descubriríamos -no sin cierta perplejidad- que un gran número de estos
profesionales o bien tiene una formación escasa, o con conceptos antiguos, o
sencillamente no saben realmente qué o cómo deben enfrentar su trabajo a diario.
No pretendo afirmar que los profesionales sean malos per se, sino que su formación lo es. Hay infinidad de buenos
profesionales frustrados ya que se ven incapaces de atender adecuadamente a sus
alumnos, por mil y un motivos. A veces incluso van de colegio en colegio
intentando atender a muchos más niños de los que son conscientes pueden dar
soporte. Pasan muchas horas de sus jóvenes vidas en entornos con una
estructura muchas veces -si no siempre- caótica y compleja para ellos. A nadie
parece importarle demasiado que el alumno o alumna tengan un Trastorno del
Procesamiento Sensorial (TPS), o peor aún, ¡no saben qué es eso! De la misma
forma que sus alteraciones sensoriales les afectan enormemente en su desarrollo
diario, problemas relacionados con las funciones ejecutivas dificultan
enormemente su cumplimiento del riguroso y estricto modelo educativo, y si a
eso le sumamos la dificultad para entender los -ya de por sí incomprensibles-
encabezados a las preguntas de las tareas escolares o de las mismas evaluaciones,
nos vemos a un alumno perdido en un fuerte oleaje que acaba desembocando en
fuertes alteraciones emocionales. Todo lo malo es achacable a él, o a su
familia, o al sursuncorda, que para el caso es lo mismo, da igual quien sea el
culpable mientras la víctima sea la misma. Porque esa es la situación real.
Cuando hablas con jóvenes que acaban de salir del sistema educativo, raro es el
que hable bien del mismo, apenas retazos de cierta paz, pero lo demás suele ser
siempre muy negativo. Este efecto es real, donde los alumnos se empeñan en
sobrevivir al sistema educativo, que la verdad, no está preparado para afrontar
el reto de educar en la diversidad, ya que sencillamente el sistema no está
diseñado para tal fin, y por tanto el efecto es tristemente obvio. Es
evidente que debemos llevar a cabo un cambio global de paradigma, impulsar una
profunda transformación de la realidad. Debemos dejar de intentar normalizar la
vida del alumno. Debemos poder ser capaces de ver el valor completo de
nuestro alumno en todos y cada uno de sus momentos vitales, debemos ser capaces
de apreciar que sus diferencias pueden ser nuestros aliados y no nuestros
enemigos. Debemos proponer un modelo de desnormalización creativa de la
enseñanza, de forma que en vez de dedicarnos a pronosticar las capacidades de
un alumno en base a sus calificaciones, diseñemos un modelo educativo destinado
a que cada alumno consiga llegar al 100% de sus capacidades, sean éstas las que
sean. Ésta debe ser la política, conseguir que cada alumno dé el 100% de sus
posibilidades a todos los niveles vitales, y no solo memorísticos. Educar debe
ser preparar al alumno para la vida, y no a superar modelos de evaluación
memorística de grises conocimientos de dudosa validez vital. Quizá uno de los
mayores logros académicos de un alumno con autismo no sea sacar un 10 en
matemáticas, sino tener amigos. Mientras sigamos hablando de la
necesidad de la inclusión educativa, no podremos hablar de la importancia de la
convivencia. Y la convivencia es lo que marca la gran diferencia entre un
modelo de inclusión social y un modelo de diferenciación en función de factores
artificiales, que no dejan de poner trabas al correcto avance de una sociedad;
la cual, finalmente, se diseña y construye en la fase de educación infantil y
primaria. Mientras sigamos pensando que la escuela es un lugar frente a un
concepto social, seguiremos encasillando la educación entre cuatro paredes, de
forma contraria a lo que en realidad debe ser una sociedad, un grupo diverso y
que se autoenriquece. Al final, no es solo una cuestión de la
capacidad de ser capaz de superar un currículo académico, sino de ser capaces
de superar el currículo social, que es en suma, lo que van a encontrar cuando
acaben su periplo escolar, una sociedad que debe estar preparada y lista a
recibirlos, pero donde ellos mismos, deberán de disponer de suficientes
herramientas y experiencias como para poder ser ellos mismos parte de esa
inclusión social.
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